sábado, 18 de febrero de 2012

La ilusión de la social democracia en América Latina


"Hay una diferencia sencilla entre un dictador y un demócrata: si el demócrata no tiene oposición, su deber es crearla, mientras que el sueño del dictador es eliminar toda oposición"
Oscar Arias

Luego de leer esta frase ¿Cómo no pensar en Hugo Chávez? Con sus palabras de ayer "lo voy a pulverizar" refiriéndose a Capriles, es una prueba más de que Venezuela está al borde de una dictadura absoluta si no logran sacar a Chávez del poder. Se les va la vida a los venezolanos como se nos va la vida a los puertorriqueños estadistas en el plebiscito de noviembre próximo.

Para los neocomunistas que viven en Puerto Rico diciendo que América Latina emerge como una potencia económica y que yo he dicho que es una burda mentira, quien mejor que Oscar Arias, Premio Nobel de la Paz en 1987 y Presidente de Costa Rica en el periodo 2006-2010 para demostrar que tengo razón.

Los países como Brazil, Argentina, Chile y hasta el mismo Venezuela con sus recursos petroleros nunca podrán convertirse en potencias mundiales porque sus gobiernos democráticos se tambalean cuando emerge la izquierda socialista al poder. Podrán lograr cosas, pero una democracia perfecta jamás. Ni hablar de China que se proyecta como una potencia económica pero mantiene una dictadura férrea que en algún momento la hará colapsar. Los países son exitosos por sus gobiernos democráticos no por sus economías. Si hay democracia hay economía exitosa. Sin democracia hay millonarios con poder, una clase media inexistente y pobres sin derechos. Las cosas como son.

Juzgue usted...

18 de febrero de 2012
El Nuevo Día
La democracia imperfecta
OSCAR ARIAS
La democracia en América Latina ha tenido que lidiar con toda suerte de experimentos y ocurrencias ideológicas. Algunas más peligrosas que otras para los ideales de democracia, justicia y libertad, así como para el crecimiento económico.

Hoy, muchos países latinoamericanos han dejado de comprender la urgencia de preservar el Estado de Derecho y, en especial, la seguridad de las personas y los bienes, sin la cual no hay competitividad, ni democracia, ni paz.



Hasta hace pocos años, se pensaba que el desarrollo económico y social era posible en un pobre entorno institucional. Pero las ficciones de la teoría tuvieron que ceder ante el peso abrumador de la experiencia. Hoy se reconoce universalmente que el desarrollo es imposible sin un desempeño institucional adecuado, lo que empieza por la simple práctica de la democracia. Eso quiere decir, un gobierno democráticamente electo, representativo y participativo.

Pero también un gobierno donde los poderes del Estado sean independientes entre ellos y garanticen un delicado juego de pesos y contrapesos; algo que Montesquieu justificó magistralmente, pero que algunos políticos de la región prefieren ignorar.

Una de las grandes falacias políticas en América Latina, consiste en vender la idea de que cada lugar puede desarrollar una democracia específica o un sistema de libertades particular. Muy a menudo, esas justificaciones no son más que disfraces para ocultar una vocación opresiva o autoritaria.



Las reglas democráticas son universales y los países son más o menos democráticos, dependiendo de cuánto se acercan o cuánto se alejan de ese sistema. Sin embargo, algunos gobiernos latinoamericanos han caído en la trampa de creer que al recibir el apoyo electoral, el mandato del pueblo les permite modificar esas reglas para llevar adelante su proyecto político. Si un gobernante coarta las garantías individuales, limita la libertad de expresión y restringe injustificadamente la libertad de comercio, subvierte las bases de la democracia que lo hizo llegar al poder.



El dilema que esto presenta, y que aún no hemos logrado resolver, es cómo lidiar con democracias en donde los gobernantes se comportan autoritariamente, pero no son dictaduras.

Porque, en honor a la verdad, en América Latina sólo existe una dictadura: la dictadura cubana. Los demás regímenes, nos guste o no, son democracias en mayor o menor grado de consolidación o deterioro.

Pretender derrocar esos gobiernos, o removerlos de alguna forma violenta o contraria a la Constitución y las leyes, es caer en el mismo juego autocrático que pretendemos combatir. Los pueblos mismos deben aprender a apartar los espejismos de la demagogia y del populismo, porque el problema no son los falsos Mesías, sino los pueblos que acuden con palmas a celebrar su llegada. 



Uno de los más elocuentes casos del desprecio por el Estado de Derecho y la erosión de las instituciones democráticas es Nicaragua. Con la reelección de Daniel Ortega como presidente en el 2006, empezaron nuevamente a desaparecer en ese país los controles al ejercicio del poder público y se difuminaron los límites de ese poder sobre el ejercicio de las libertades individuales. Este deterioro fue más visible aún en el fraude de las elecciones municipales del 2008 y en las recientes presidenciales.



De nada le sirve a América Latina deshacerse de líderes con delirios autoritarios, tan sólo para ser sustituidos por nuevas estrellas del teatro político. A pesar de que nuestros pueblos vencieron con valentía las dictaduras que marcaron con sangre la segunda mitad del siglo XX, aún queda mucho camino por recorrer si la democracia ha de asentarse para siempre en la región. Parafraseando a Octavio Paz: en nuestra región la democracia no necesita echar alas, lo que necesita es echar raíces.



La única vía para restarle poder a quienes lo han concentrado luego de recibir el apoyo popular, es minando ese apoyo popular con educación cívica, con oportunidades y con ideas. Desafortunadamente, en esas tareas seguimos fallando. Seguimos posponiendo eternamente las grandes reformas políticas, educativas y tributarias que por años hemos prometido hacer.

Ni el colonialismo español, ni la falta de recursos naturales, ni la hegemonía de Estados Unidos, ni ninguna otra teoría producto de la victimización eterna de Latinoamérica, explican el hecho de que nos rehusemos a aumentar nuestro gasto en innovación, a cobrarle impuestos a los ricos, a graduar profesionales en ingenierías y ciencias exactas, a promover la competencia, a construir la infraestructura que no hemos construido en los últimos 200 años, o a brindar seguridad jurídica a los empresarios e inversionistas.




¿Con qué derecho se queja Latinoamérica de las desigualdades que dividen a sus pueblos, si cobra casi la mitad de sus tributos en impuestos indirectos, y la carga fiscal de algunas naciones en la región apenas alcanza el 11% del Producto Interno Bruto?

¿Con qué derecho se queja de la falta de empleos de calidad, si es ella la que permite que su escolaridad promedio sea de alrededor de 8 años?

¿Con qué derecho se queja de su desigualdad y de su pobreza, si ha incrementado su gasto militar a una tasa promedio de 8.5% por año desde el 2003, alcanzado la cifra censurable de casi $70,000 millones en 2010?

Nuestros líderes bien harían en seguir el ejemplo del presidente Barack Obama quien, para enfrentar la crisis económica en su país, anunció la reducción de $487,000 millones en gastos del Pentágono en un plazo decenal. Estoy consciente, sin embargo, que a Estados Unidos aún le queda mucho por hacer para saldar su deuda pendiente con la paz y la seguridad internacionales, pues continúa siendo el mayor exportador mundial de armas.



Esos datos sobre América Latina, no hacen más que demostrar la amnesia de una región que alimenta el retorno de una carrera armamentista, dirigida en muchos casos a combatir fantasmas y espejismos.

Por ello, en mi último gobierno, le propuse a la comunidad internacional y, muy especialmente, a los países industrializados, que diéramos vida al Consenso de Costa Rica, mediante el cual se creen mecanismos para condonar deudas y apoyar con recursos financieros internacionales a los países en vías de desarrollo que inviertan cada vez más en educación, en salud, protección al medio ambiente y en vivienda para su pueblo, y cada vez menos en armas y soldados. Es el momento de que la comunidad financiera internacional premie no sólo a quien gasta con orden, como hasta ahora, sino a quien gasta con ética.

¿Qué les parece? 

Los gobiernos antidemocráticos no permiten que sus gobernados se eduquen adecuadamente porque eso significa que no los pueden controlar, la educación es un poder que permite al pueblo no dejarse engañar con presidentes populistas como pasa ahora en Venezuela con Chávez y muy cerca está los Estados Unidos con Barack Obama.

La lucha de clases en América Latina es muy marcada y mientras eso sea así los izquierdosos tendrán un buen tema para su discurso equivocado en la tribuna política. La igualdad de oportunidades que ofrece el libre mercado y el capitalismo es lo que permite que los pobres puedan alcanzar una vida digna a través de su esfuerzo y trabajo, lo opuesto es pura demagogia, esa misma demagogia que mantiene la izquierda troglodita.

Esto también hace quedar muy mal a Rubén Berríos Martínez, Juan Dalmau y Fernando Martín que visitaron hace unas semanas a Daniel Ortega, aquí en este escrito Oscar Arias denuncia lo que todos sabemos, que en Nicaragua hubo elecciones fraudulentas. ¿Qué tiene que decir Rubén Berríos? Su silencio es su peor enemigo porque si lo denuncia pierde la amistad de Ortega ¿Quién quiere estar en ese dilema? Así es la izquierda, llena de prebendas, chantajes y mentiras.

 Si todavía en Puerto Rico se preguntan porque el movimiento independentista que defiende el PIP, el MUS, el Movimiento Independentista Nacional Hostosiano no pasa de un 5%, aquí está la respuesta. La América Latina que ellos quieren proyectar es una utopía, un eufemismo, un espejismo que sólo ellos se creen.

Puerto Rico no desea estar como los países de América Latina, de que nos sirve una supuesta libertad si perderemos un sistema democrático, un sistema de ley y orden que para bien o para mal nos ha funcionado hasta ahora reforzado con un sistema federal mucho más organizado y efectivo.

Nuestro sistema democrático funciona, el problema es que el discurso antidemocrático de los opositores del PNP, quieren hacerle creer al país que no seremos libres si nos decidimos por la estadidad. La libertad la conocemos, aún siendo una colonia, disfrutamos de libertad individual que nos garantiza la ciudadanía americana y se materializa en ese pasaporte americano que cargamos cuando viajamos por todo el mundo, sin visas, sin permiso de salida o de entrada. Con pasaporte en mano compramos el pasaje y "voilá"

Nuestros derechos humanos se respetan porque nuestra Constitución nos la garantiza. Una Constitución hecha a imagen y semejanza de los demás 50 estados y la que los padres fundadores redactaron en 1776.

Un sistema de pesos y contrapesos, poder legislativo dividido en Cámara y Senado, poder ejecutivo y judicial. Donde el pueblo tiene acceso a sus represntantes y elige a sus candidatos en unas elecciones transparentes con algunas excepciones como los pivasos y la ayuda del Presidente del Tribunal Supremo y más atrás en San Juan.

Hoy si existe una investigación del Senado contra la Administración de Tribunales es por deficiencias en su desempeño, no porque haya una crisis constitucional como lo quieren hacer ver los izquierdosos. El ladrón juzga por su condición, han visto eso en América Latina y lo quieren proyectar en Puerto Rico. Sí, también en el Supremo hay corrupción, darle tareas a los alguaciles que no son inherentes a su cargo, es también corrupción, por más que hablen y se defiendan, esa es la realidad y si a otros los han encausado y enjuiciado, ellos también estarán en la mirilla. Hay un refrán que dice lo que es bueno para el ganso es bueno para la gansa y aquí han roda’o cabezas por menos de lo que ha pasado en el Tribunal Supremo, ahora, a rendir cuentas, nadie está por encima de la ley ni tan siquiera el Juez Presidente del Tribunal Supremo.

Como ven, es mucha la hipocresía de muchos políticos y empresarios en Puerto Rico. El editorial de El Nuevo Día hablando de su Agenda Ciudadana está muy lejos del papel de cooperación que nos quieren hacer creer. Su mensaje del entrelíneas habla de la democracia participativa que fomenta la izquierda. Para Luis Alberto Ferré Rangel es muy fácil adoptar este discurso porque sabe que con su poder económico puede manejar el país sin necesidad de un puesto político. A mí no me engaña, se leer entre líneas y he aprendido muy bien lo que es el doble discurso, el mejor maestro se llama Partido Popular Democrático.


Los puertorriqueños tenemos que aprender a investigar que pasa más allá de nuestra playas, lo que sucede en América Latina es totalmente opuesto a lo que se habla en las filas izquierdosas. Lo que pasa en los Estados Unidos es totalmente opuesto a lo que nos quieren hacer creer los enemigos de la estadidad. Para los que tienen internet es muy fácil enterarse, esa herramienta de Google es fascinante,  pero los que no tienen acceso están a merced de los medios locales que manejan la información a conveniencia. Por eso es tan importante la educación y el poder adquisitivo para tener acceso a la tecnología.

Esto es lo verdaderamente importante en una democracia. Un pueblo informado, educado y productivo para aportar a la sociedad en un sistema capitalista. Eso es lo que fomenta los Estados Unidos de América.

Esta es la filosofía de un ciudadano que cree en la democracia

Olvídense de Rivera Guerra, Sol Fontanez y AGaPito, eso son aves de paso, me alegra que los investiguen, para eso están la agencias pertinentes, pero hablar de ellos todos los días no es productivo, esto es sustancia. Estamos de cara a un plebiscito de estatus, nuestro futuro y el de nuestros hijos está en juego, ni Alejandro García Padilla, ni el PIP, ni el MUS ni el PPD nos dicen la verdad sobre la estadidad, no quieren que lo sepamos.

El Partido Nuevo Progresista nos podrá instruir pero lo más importante es el análisis profundo en base a investigación por nuestro propio esfuerzo para ayudar a otros a entender de que trata todo esto, esa es nuestra aportación al país, 
esa es mi meta en este blog. 
Such is Life!